Hoy es
la fiesta de los niños y las brujas de octubre.
Y, como condimento en plan
aguafiestas, aparecen en las redes mensajes y videos alertando sobre el
carácter diabólico subliminal de la celebración, sobre profanación de la fe
cristiana, ingenuidad pecaminosa, el poder destructivo de Satanás o sobre asustadores efectos
apocalípticos para quien se disfrace, decore duendes y calabazas y salga a la
calle con estribillos y muchas ganas de golosinas.
Vale la pena poner las cosas en su
sitio para que ésta, como ótras,
sea una ocasión para rescatar lo mejor de las tradiciones de aquí y de afuera,
darnos gusto los pequeños y los grandes e impulsar valores esenciales de la
sociedad como la alegría, la creatividad y la atención a los más pequeños.
Empecemos por recordar que la celebración del
31 de octubre surge en un contexto religioso. Nos lo deja muy claro el nombre
de la fiesta: Halloween -palabra esotérica y satánica para
algunos- es en inglés la contracción de la frase “All Hallows’ Eve” que significa “Víspera de la
fiesta de todos los Santos”. Más
católica para dónde! Para la Iglesia se trataría no sólo de llamar la atención
sobre la conveniencia de tener en cuenta todos los santos -del cielo y de la
tierra- el 1 de noviembre, sino la conmemoración de los difuntos al día
siguiente.
Tengamos en cuenta que casi todas las fiestas
cristianas surgen o se inspiran en celebraciones culturales, muchas de ellas
paganas o politeistas, de los
pueblos donde se originó o a donde llegó el cristianismo, conservando o
resignificando algunos de los elementos o usos festivos.
En el caso de Halloween se trata de una fiesta celta, en la cual la luz
artificial y el misterio de las sombras cobraban importancia al avanzar el
otoño, con el atardecer cada vez más temprano y amanecer cada vez más tarde.
Aparecen las calabazas con rostro iluminado, evocando la vieja leyenda
irlandesa de una especie de judío errante que se refugia en esa voluminosa hortaliza;
surgen las criaturas de la noche, las de la imaginación y las de la realidad. Más
tarde, se introduce la costumbre de la
repartición de dulces a los niños para mostrarles que hay brujas buenas qur recompensan
a los que son juiciosos, al estilo de la Befana de Italia.
A partir de la leyenda y las tradiciones, la
creatividad de la gente y la influencia de los medios inspira el tema de los
disfraces y su variopinta variedad, que va contagiando cada vez más el mundo de los mayores.
Así
que más que alertar sobre temidos
movimientos diabólicos en esta práctica social sí habría que llamar la atención sobre el
culto a la consumismo desaforado y la competencia social con
los niños como target o sobre modas casi inhumanas
como el someter a los bebés a vestir estrafalarios e incómodos atuendos y a
sumarse estupefactos a las
fatigosas caravanas callejeras.
Una
interesante reflexión sobre Halloween nos la ofrece un Claretiano chileno en su
blog El Catalejo de Pepe. Para leerla, dar clic aquí.
Así que nada de sustos, feliz Halloween
o, mejor, feliz fiesta de los que saben disfrutar
de la alegría de los pequeños!
o, mejor, feliz fiesta de los que saben disfrutar
de la alegría de los pequeños!
Interesante información, muchas gracias.
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